El cordobés Gusti Fernández, ex número 1 del mundo en tenis adaptado, disfruta estar nuevamente en Roland Garros, torneo que ya ganó y en esta edición ya lo tiene en semifinales. Esto es por, como le contó a Sebastián Torok para La Nación, tuvo serios problemas de salud en los últimos seis meses y su vida estuvo en riesgo, pero gracias a la rápida intervención de los médicos, hoy nuevamente está óptimo y con hambre de títulos.

“En los últimos seis meses salió todo mal, pero en su peor versión. Me agarré una angina que se convirtió en faringitis, que pasó a faringitis con estreptococo, que fue absceso, una bola de pus en la garganta. Fue a fin de año, estuve tres días internado, no pude hacer la pretemporada. Estuve veinte días tirado en la cama y pasé Año Nuevo internado. Entrené como pude una semana y me fui a Australia. Desde ahí y hasta abril, que me habían programado la operación de amígdalas, ya que el absceso se iba a volver peor, sufrí una infección distinta cada diez días. De garganta, urinaria, lo que sea... Entrenaba una semana, paraba cuatro días y me fui arreglando como podía. En teoría, con la operación se solucionaba. Me operé de las amígdalas y me dijeron que había posibilidad de sangrado. Y pasó, efectivamente, pero como tenía la zona debilitada por el absceso, el músculo estaba deteriorado, cuando se abrió…, se rajó entero”

 “Estaba en Río Tercero, durmiendo, pero en la mitad de la noche me levanté, empecé a escupir sangre y a los cinco minutos me paró. Me habían dicho que hiciera gárgaras con hielo cuando me pasara. Hice eso y listo… A las 10 de la mañana me levanté con otro sangrado y fue cada vez peor. Una película de terror. Coágulos, vómitos, todo. Hablé con mi tío (Raúl Colla), que es médico en Córdoba capital y me dijo que fuera con urgencia, porque si se había abierto una arteria me tenían que estudiar y cerrarla rápido. Teníamos una hora hasta Córdoba y no paraba de vomitar sangre. Me pasó a buscar mi tía en el auto, yo estaba al borde del desvanecimiento, perdiendo sangre, perdiendo... Iba con un balde en el auto, lo llenaba de sangre, la tiraba, lo llenaba y la tiraba. En el momento no fuimos conscientes de la gravedad. Cuando llegamos fue horrible, la primera vez que lo vi a mi tío asustado. Llegué y me metieron directo al quirófano. Había perdido muchísima sangre. Me salvé de la transfusión porque estaba al límite de lo que podés perder. Me dejaron cuatro días en el hospital. Después, cuando pasó todo lo peor, una médica le dijo a Flor: ‘Gusti se salvó porque es joven, sano, deportista de alto rendimiento y el corazón bombeó, pero estuvo al límite de lo peor’”.

“Los médicos te dan una perspectiva, pero después cuando entrás en la cancha querés ganar, no se te viene a la cabeza la salud. Sí por momentos sentí: ‘Qué lindo estar acá, qué bueno poder hacer lo que me gusta’. Pero vuelvo a pensar en lo que me pasó y es todo positivo. En ese momento no sabíamos la gravedad. En cuanto llegué al hospital, mi tío me vio y me metieron directo en el quirófano. Les costó estabilizarme. El pulsómetro no les daba. La luché un montón para no desvanecerme. Me acuerdo de todo, aunque tengo un momento en el que sentía que se me apagaba el tele, ya estando en el hospital. Esa sensación no me la voy a olvidar jamás”